
Con la mente nublada por el intenso dolor que sentía en su brazo, ahora en cabestrillo, ella salió de las urgencias del Hospital. En su rostro aún se evidenciaban las consecuencias de la última paliza que le había propinado su marido y, como ella se avergonzaba de ellas, se puso unas gafas de sol para disimularlas mientras acarició el parte de lesiones que le habían dado en las urgencias y que ella guardaba en su bolsillo.
En su mente comenzó a pasar, como una deteriorada película, sus primeros años con el... ¡Y, de eso, ya hacía la friolera de veinte años!. Su noviazgo; en el que el se mostró como un hombre encantador y atento; su boda; los primeros años de su matrimonio, cuando aún ningún demonio amenazaba su hogar. Pero luego, poco a poco; el comenzó a quitarse la mascara y a mostrarse ante ella tal como era en realidad. Vino la primera noche fuera, la primera borrachera, el primer insulto, la primera bofetada, la primera humillación, la primera infidelidad con una prostituta....
Ella comenzó a pensar, pues su marido constantemente se lo repetía, que ella era una nulidad absoluta; que era tonta, vaga, sucia, gorda y fea; y que, si su marido la golpeaba, era para corregirla; por lo que ella le tenía que estar agradecida.
Así, con la autoestima por los suelos, los años fueron pasando y los cuatro hijos (fruto de cuatro violaciones) fueron llegando
Pero ahora todo había cambiado. Ella había comenzado a pensar por si misma y había decidido que no podía aguantar más. Su dignidad de mujer la gritaba que había que huir del infierno en el que vivía; pues estaba en juego su propia vida.
Por fin sus ojos encontraron su tabla de salvación; una cabina telefónica y un numero que había visto en las urgencias del Hospital; el del maltrato a la mujer: 016